Así que aquí les comparto un fragmento de mi primera novela, espero y sea de su agrado.
Doctor Cosmo
El diario de
un asesino
¿Quién eres tú para
juzgar los actos que he cometido? Lo que ves cómo una crueldad increíble y
maldad absoluta, incluso algo de locura, yo lo veo como progreso, redención,
descubrimiento… está bien, quizás tengas razón, probablemente matar a 107
personas pueda ser considerado un acto
de demencia total. Pero créeme cuando te digo esto: era necesario.
Tal vez hayas escuchado
de mí persona últimamente, ya que los periódicos no paran de hablar de lo que
hice. Muchos afirman que nací sin ningún tipo de conciencia y seguramente
tengan razón, o a lo largo de mi camino la perdí. Hoy solo veo oscuridad y donde
mis ojos ven muerte un día vieron vida,
pero ¿sabes algo?, me aburrí de ver vida
y solo me interesó la muerte y el dolor. Si te preguntas que me llevó a esto,
No te preocupes, te contaré mi historia.
DR.COSMO.
Capítulo 1
Mi verdadero nombre es Erick
Esteban Perkins y mí nacimiento no fue nada especial. Mi madre, en una acalorada noche de verano, se encontraba
recostada en su cama de hospital,
esperando pacientemente la hora, para poder dar a luz a su primogénito. El encargado
de la difícil tarea de traerme a este
mundo, fue mi propio padre: un honrado y respetable doctor. Cuando nací, él,
muy orgulloso me sujetó entre sus brazos y sonrió al verme.
—Es
un niño mi amor, ¡y nació muy sano! — Gritó al escucharme llorar.
—Dámelo
Esteban, quiero verlo. — Mi padre me entregó a los brazos de mi madre. Ella me
arrulló, tratando de parar mis lloriqueos, y al recostarme en su regazo, me
quedé dormido.
El
tiempo pasó rápidamente, y aunque fuera tan solo un bebé, tengo algunos recuerdos
de mi etapa en pañales. Éramos una familia feliz, una familia normal, vivíamos
en una ciudad pequeña de nombre Destello, el lugar ideal para crecer supongo
yo. No había edificios gigantescos, ni tampoco grandes multitudes, solo unas
cuantas cosas a destacar, las familias felices eran el resultado perfecto de
esta ecuación, es por ello que mucha gente tomaba la decisión de crear allí un
hogar, apartado del complejo mundo exterior.
Unos
meses después, mi madre se embarazó nuevamente. Recuerdo que constantemente me
decía que pronto tendría un hermanito o una
hermanita. Habían construido un cuarto especial para el nuevo miembro de
la familia. Tenía detalles en azul y rosa. Compraron una cuna que dejaron en el
centro de la habitación adornada con un móvil sobre ella. Este, se encontraba
girando en el aire con formas de cubos, aviones y otros juguetes que no puedo
recordar.
Las
semanas pasaron rápidamente y mis padres estaban cada vez más entusiasmados,
pero mi padre pasaba mucho tiempo en el hospital, así que constantemente (sobre
todo en los últimos meses) la abuela venía a ayudarle a mi madre con los
quehaceres de todos los días. Hacía la comida o la limpieza. Por las noches
cuando mi padre volvía, después de terminar su jornada, subían al coche y regresaba
a la abuela hasta su casa y a la mañana siguiente volvía a ir por ella muy
temprano.
Cuando
la fecha tan esperada llegó, creo recordar que era alrededor de las diez de la
noche o cercano a esa hora, ya que estaban pasando el noticiero nocturno. Me encontraba
sentado en la alfombra de la habitación del televisor y mi abuela me vigilaba
(o al menos eso parecía). De pronto y sin previo aviso, mi madre, desde el
segundo piso gritó fuertemente. Me asusté, o mejor dicho nos asustamos. Mi
abuela saltó casi literalmente del sillón reclinable y subió corriendo las
escaleras. Yo gateé hasta ellas, quedándome al borde del primer escalón.
Al
pasar unos minutos y mientras mordía uno de mis juguetes, apareció mi abuela.
Tomaba a mi madre del brazo y la ayudaba a bajar las escaleras. Cuando llegó a
la planta baja mi madre sollozaba y se tocaba el vientre. Yo la miraba
desorientado y ella, al darse cuenta de que la veía me dijo, “estoy bien bebé,
no te preocupes”.
Mi
abuela con gran rapidez y destreza (nada natural para una mujer de su edad y
complexión) subió una maleta al auto, después me tomó entre sus brazos, me
sentó en el asiento trasero sujetándome en mi silla para bebé. Cerró la puerta
y la aseguró, ayudó a subir a mi madre y por último se subió ella, dio un vistazo
a la calle y puso el auto en marcha. Sacó su teléfono celular y llamó a mi
padre para decirle que algo extraño pasaba. Aún no era el tiempo, el bebé se
había adelantado.
Íbamos
camino al hospital, mi abuela trataba de calmar a mi madre diciéndole que todo
iba a estar bien, pero ella parecía no escuchar sus palabras por el dolor que
sentía en ese momento. Yo trataba de verla, no resistí, al final giré mi cabeza
en otra dirección. Mi vista se perdió en el camino y miraba como las luces de
los faros de la calle pasaban velozmente. Cuando por fin llegamos a nuestro
destino, mi padre se encontraba acompañado por un grupo del personal médico que
nos esperaba en la entrada del hospital con una silla de ruedas. Mi madre salió
del auto y sus piernas flaquearon, casi caía al piso. Mi padre y los demás
enfermeros lograron ayudarla a sostenerse. Recuerdo muy bien esa escena, al
voltear mi cabeza hacia el suelo pude ver una gran mancha de color oscuro. Fue
la primera vez que vi la sangre.
Mi
padre estaba teniendo una crisis nerviosa, apurando a todas las personas que
estaban allí, de pronto sentí unas manos alrededor de mí cuerpo. Era mi abuela,
que torpemente intentaba soltarme de mi silla. Le extendí los brazos, abrí y
cerré mis manos. Cuando por fin logró desatarme me llevó adentro del hospital.
Mi madre se encontraba tumbada en la silla de ruedas. Su cabello negro y lacio
esa noche se veía sin vida, como si fuera el presagio de que algo muy malo
estuviera a punto de suceder.
Mi
abuela no sabía a donde ir, así que nos quedamos en la recepción. No había
nadie. Era una sala redonda con unos pasillos al fondo, delimitados por tres
puertas automáticas. En el centro estaba la recepcionista, rodeada por un
escritorio hecho de madera y pintado de un color oscuro. Esparcidos alrededor,
se hallaban unos muebles en donde la gente podía sentarse a esperar, y en las
paredes varios televisores encendidos. Mientras tanto, a mi madre la habían
conducido por el pasillo central. En ese entonces no sabía leer pero asumo que
había entrado a terapia intensiva.
La
pobre anciana le temblaban las manos, comenzaba a orar en silencio. De su bolsa
sacó un rosario y un libro de oraciones, con la imagen de una paloma de color
blanco. Leía en voz baja como si susurrara y cerraba los ojos. Entraba en un
trance inducido por ella misma. La mujer de recepción; una joven que no tendría
más de veinte años, se acercó a ella y le ofreció una botella de agua. Mi
abuela se estremeció un poco porque estaba demasiado concentrada. A pesar del
susto aceptó y bebió.
Las
horas pasaban rápido. Era de madrugada. Mi abuela se quedó dormida con el
rosario en la mano, yo me encontraba recostado en sus piernas y permanecía sin
hacer ruido. Había un silencio profundo y más porque bajaron el sonido de los
televisores. Escuché como se abría una puerta automática, y al incorporarme un
poco pude ver a mi padre. Su cara no denotaba algo más que no fuera cansancio y
frustración. Reí un poco y sacudí mis manos. Eso provocó que la abuela
despertara. Casi olvidando que estaba cuidándome, se puso de pie y fue hacia
donde él se encontraba. Yo me quedé en el sillón. Con los oídos muy atentos me
acerqué al borde tratando de escuchar lo que mi padre tenía que decirle, pero
era inútil, no alcanzaba a oír nada. Fue cuando de pronto la sala entera
ecualizó un lamento que venía de mí abuela y caminando aprisa fue y se metió
por uno de los pasillos. Mi papá se acercó a mí y yo sonreí. Me cargó, me dio
un fuerte abrazo y comenzó a llorar.
Era
demasiado pequeño para comprenderlo y no pude hacerlo hasta que me llevó al
cuarto con mi madre. Estaba en la cama con su bata puesta, agotada, recargada
en el respaldo con una mirada perdida y el rostro pálido, como si no estuviera
allí. Mi abuela estaba a su lado acariciándole la mano intentando contener las
lágrimas. Mi padre me acercó a mamá. Volteó a verme y con ojos cristalinos me
dijo:
—Erick…
creo que no tendrás una hermanita —. Comenzó a llorar y todos en la habitación
junto con ella.
Este fue el primer capítulo de la novela: Doctor Cosmo, el diario de un asesino, la primera parte de una trilogía que promete ser emocionante, enganchante y atrayente.
Si alguien conoce una editorial o a un agente editorial, les pediré de favor que contacten conmigo, se los agradecería muchisimo.
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