Sospecho
que la verdadera razón de mi existencia se debe únicamente a la suerte, ya que
no puedo dar crédito a lo que mis ojos han visto los últimos días y ponen en
duda mi salud mental. Ahora me encuentro en la esquina de una habitación,
esperando, a que por fin lleguen. Escribo esto para dejar un testimonio de lo
que fue el caso más inusual que jamás llegué a resolver y aun conociendo al
culpable, para mí o para cualquier ser viviente es o será imposible atraparlo.
Sábado,
a las 2:37 A.M. del mes de mayo respondí el teléfono celular con una voz áspera
y hostil. Albert, la única persona que consideraba un amigo dentro de la fuerza
policiaca, fue quien interrumpió mi sueño a tan extraña hora. Impulsado por la
curiosidad escuché atentamente su historia. Hace
unos minutos la policía acudió a la casa del Dr. Herbert, maestro de la
universidad de ciencias del nuevo mundo, debido a que, según todas las pruebas
encontradas, había sido asesinado. Ni la noticia, ni la voz de Albert, ni
siquiera la corriente de aire frio que corría por mi entre pierna hizo que me
alterara. Sin embargo, mi buen amigo no me iba a dar más explicaciones hasta
que estuviera en la escena del crimen, probablemente sabía en el fondo que al
escucharlas me iba a reusar a investigar el caso aun cuando mi trabajo se
trataba de eso. La vida de un detective
privado no es nada fácil, a veces, como en esa ocasión, te despiertan a mitad
de la noche para salir a lo que quizás haya sido la lluvia torrencial más
fuerte de los últimos diez años. Una vez en el camino repasé las pocas palabras
que Albert se dignó a compartir “Esto es algo inusual, tú sabes muy bien que si
no necesitáramos tu ayuda no te hubiéramos llamado”, trataba de construir una
imagen mental de los hechos, pero no podía imaginar algún escenario que haya
perturbado tanto a la policía. Al llegar a la residencia del Dr. Herbert, aparqué
mi auto en la entrada principal de su enorme mansión estilo victoriano. Albert
me estaba esperando en la puerta principal, al abrirla y cruzar al vestíbulo
advertí que las luces tenues de la mansión creaban el escenario perfecto para
perpetrar un crimen. Estábamos en silencio mientras caminábamos hacia donde sucedió el altercado, ni siquiera un saludo
salió de nuestras fauces, yo estaba demasiado concentrado, observando cada
rincón sin encontrar nada extraño a la vista. Albert decidió romper el silencio
—Hoffman,
lo que estás apunto de ver es… bueno, extraño — Mi cara era la de una piedra,
pregunté si estaba alguien más en la mansión, pero respondió que éramos los
únicos, que la policía hizo lo que tuvo o más bien lo que pudo hacer y se fue. Al
final de un corredor estaba una puerta color marrón, no era la de una
habitación normal ya que era más grande que las otras. Cuando Albert abrió la
puerta, llegó a mí un olor nauseabundo, era como estar en un matadero, olores
de animales muertos, mierda y sangre. Pensé en fulminar a Albert con la mirada
por no advertirme de semejante hediondez pero mi atención fue captada instantáneamente
al darme cuenta de los cientos de libros destruidos que cubrían el suelo
formando un tapete de hojas y portadas desechas. Las cortinas de la habitación
fueron arrancadas y estaban debajo de la única ventana. Los libreros estaban
vacíos y los demás artefactos derrumbados pero no destruidos. Era interesante
tratar de deducir que pasó allí, no había sangre, ni señales de forcejeo, solo
era un sucio estudio. Incluso Llegué a pensar que era una broma. Giré mi cabeza
para ver a Albert, pero él, al verme me contestó, cómo prediciendo lo que iba a
reprocharle.
—Todo lo que estás viendo está como lo
encontramos, nada fue alterado. — ¿Qué es lo que tienen?, o ¿qué pasó aquí? — pregunté
tratando de darme una idea. Albert me
contó los hechos a detalle: El
departamento de policía recibió una llamada a la 1:37 A.M. Era la esposa del
Dr. Herbert. La mujer reportó un incidente dentro de su propiedad, había
escuchado alaridos que venían del estudio de su marido. Intentó abrir la
puerta, pero las bisagras estaban muy calientes. Cuando la policía llegó, se
dirigieron nuevamente al estudio, Albert fue el primero en adentrarse, embistió
la puerta y lo que encontró fue una habitación completamente oscura, solamente
alumbrada por los relámpagos que caían en el exterior a causa de la tormenta.
Oyeron sollozar a una persona y en la esquina, cubierto con una frazada estaba
el ayudante de doctor en un estado catatónico, solo repetía una y otra vez “que
el profesor estaba muerto”. No podían hacer que su ayudante confesara lo que
había pasado, era el único testigo y principal sospechoso al mismo tiempo. La
policía al ver el estado de locura en que se encontraba decidió mandarlo a la
única institución mental de la ciudad. Buscaron en las inmediaciones de la
propiedad, dentro y fuera de la mansión pero el Dr. Herbert simplemente había
desaparecido. Le pedí a Albert que me dejara solo. Comencé por las esquinas
de la habitación, buscando algo que no debiera estar allí. Seguí por los
libreros vacíos y el escritorio, todo
normal. Estaba empezando a dudar de mi capacidad de deducción cuando de pronto
encontré algo bastante interesante. Todos los libros estaban deshojados, con excepción
de uno. Se encontraba casi debajo del escritorio, tenía una cubierta de piel
color morado, no tenía algo que lo diferenciara de los demás escombros con
excepción que conservaba aun todas sus páginas. Al hojearlo, descubrí que era
una bitácora perteneciente al Dr. Herbert, escrita con una caligrafía bastante
pobre. Dibujos, frases crípticas que no conducían a ningún lado y nombres de
cosas que jamás había oído mencionar. En la primera página rezaba “La corona
sirve para cruzar la brecha y formar una vitrina invisible dentro del velo”. ¿La
brecha? ¿El velo? ¿Qué coño era la brecha y el velo? ¿La corona?, no podía
contarle a Albert mi descubrimiento, si le contaba de la bitácora lo más seguro
era que la policía la terminara confiscando, es por eso que la guarde en mi
abrigo. Al salir de la habitación Albert preguntó si tenía algo, mentí,
argumenté que en unas horas iría a visitar al ayudante del Dr. Herbert. Mi
amigo no tuvo objeción así que decidió que era todo por esa noche. Volví a
casa, abrí el refrigerador y saqué una botella de vino, me serví una copa
mientras seguí pasando las páginas. En cada una de ellas estaba algo que no
entendía, a veces páginas completas sin sentido. Muchas de ellas mencionaban
alguien, o algo más bien “Al hombre con llagas y pus” ¿Quién era el hombre con llagas y pus? ¿A qué
se refería? Por la mañana, antes de que las campanas de la iglesia sonaran
indicando la misa de diez, tomé el metro para llegar a la institución mental.
Únicamente llevaba conmigo la bitácora, decidí ir por este medio para poder
leerla y una vez más me vi abrumado con la ansiedad de querer destrozar la
libreta al no comprender ni la mitad de las cosas, no explicaba nada sobre lo
que ere la brecha o lo que era el velo claramente, solo algunos párrafos como
este podía rescatar “La corona sirve como la llave para abrir la entrada hacia la brecha
que cruza el umbral, como una vitrina invisible y se queda estática en el velo.
Solo una vez lo vimos, pero no estamos seguros si él nos pudo ver.” Al
llegar a la institución y hablar con la enfermera encargada de recibir a los
visitantes, autorizó mi entrada. Albert, previamente comunicó mi presencia por
lo que no tuve muchos problemas para entrar. Caminé por unos pasillos detrás de
la enfermera, podía escuchar risas y llantos que venían de las habitaciones. Al
igual que una cárcel, este lugar estaba divido por bloques y por lo visto en
este estaban lo más locos. Cuando estuve frente a la puerta del ayudante del
Dr. Herbert, saqué una servilleta donde había escrito su nombre, “Timothy” la
enfermera sacó su juego de llaves y me dejó pasar, “treinta minutos” me dijo y
se fue. La habitación era de color blanco, poco iluminada, apenas había sombras
dentro de ella, solo una cama y una silla. Nadie en la habitación, o por lo
menos eso creí en primera instancia, al observar detenidamente me di cuenta que
las sabanas de la cama estaban colgando de los bordes de ella. Tomé la silla y
la arrastré cerca de allí, me senté y comencé a escuchar unos susurros, alguien
estaba debajo.
— ¡Timothy! —dije en voz alta. — Soy el
detective Hoffman, no me importa lo que te haya pasado y no me interesa donde
está el Dr. Herbert, si tu no lo mataste dime cualquier cosa que pueda ayudarme
a atrapar a este criminal — nunca he sido reconocido por mi tacto con los
testigos y mucho menos con los sospechosos, a pesar de que mi objetivo era
encontrar al doctor, mi verdadero propósito era atrapar al responsable de su
desaparición o posible asesinato.
Escuchaba
como Timothy sollozaba allí en su escondite, murmuraba algo detrás de cada lágrima
que derramaba. Me puse de pie y acto seguido me arrodillé para pegar mi oreja
lo más cerca posible de las sabanas.
—Está
muerto, los gusanos se lo comieron, está muerto, los gusanos, esos gusanos que
viven y se arrastran en las sombras, aquel hombre, me estaba viendo, nos vio y
mandó a los gusanos.
—De
nuevo estaba frente a algo más allá de mis conocimientos, frente a la locura
misma, sin embargo traté de seguir el juego y pregunté.
—
¿Todo esto tiene que ver con el hombre de llagas y pus que menciona los apuntes
del Dr. Herbert?
—El
hombre de llagas y pus, el hombre de llagas y pus, el hombre de llagas y pus,
el hombre de llagas y pus, el hombre de llagas y pus, el hombre de llagas y
pus, el hombre de llagas y pus. Timothy comenzó a perder el control, pateó la
cama violentamente. Me puse de pie y busqué alejarme mientras dejaba salir su rabia.
La puerta se abrió y entró una enfermera, en ese instante Timothy se detuvo.
—Acércate
detective — me dijo con una voz normal, cómo si jamás hubiera sido aquel fenómeno
debajo de una cama. Volví a acercarme a su escondite y pegué nuevamente mi oído
en la sabana.
—
¿Qué pasa? — pregunté. — El hombre con llagas y pus te verá, no te pongas la
corona, es mentira, no serás invisible como decía el doctor fue un mentiroso,
todos murieron, todos los demás están muertos, sus gusanos se los comieron… así
como te comerán a ti.
De
repente sentí unas manos alrededor de mi cuello, Timothy o lo que parecía ser
Timothy me sujetó con tanta fuerza que sentí como si mi tráquea estuviera a
punto de quebrarse. Mi reacción no fue espontanea, solamente sujeté sus muñecas
delgadas y debajo de las sabanas, en las sombras vi los ojos de un demente
apunto de matarme. Cuando creí que iba a
morir la presión que ejercía en mi cuello cesó, alguien me había ayudado, eran
dos enfermeros, sujetaron a Timothy y lo sacaron debajo de la cama para ponerle
una camisa de fuerza.
—La
luz, no puedo estar en la luz, él me va a ver así como yo lo vi. Dios mío, por
favor, apaguen la luz o nos va a ver.
—Estaba
recuperando el aliento y la enfermera que me estaba auxiliando me ayudó a
ponerme de pie, me tomaba del brazo pero la retiré argumentando que podía
caminar solo, salí de la institución y
decidí tumbarme en los escalones a la entrada. Estaba mareado y confundido, cerré
los ojos, en mis recuerdos no había sido un hombre lo que me atacó sino otra
cosa, sentía que me volvía loco pero no podía claudicar por los gajes del
oficio y mi propio orgullo. De repente sonó mi teléfono celular, eso me hizo
sobresaltar. Al revisar el identificador, me di cuenta que era Albert, era
extraño que me hablara a estas horas, lo más seguro es que dentro de la
institución mental le hayan comunicado el percance que tuvimos Timothy y yo. Al
no ver otra opción contesté:
—
¿Albert? —Hoffman, ¿dónde putas estas? — gritó Albert. Sentí un hervor en la
sangre porque no toleraba que alguien me hablara así, pensé en responderle pero
antes de poder contestarle siguió hablando.
—Acabo
de recibir una llamada de la institución donde estaba nuestro único testigo. Me
dijeron que viniste a verlo y converso contigo, pero después de unos minutos
tuvo un ataque de ansiedad… Hoffman ¿Qué mierda le dijiste para que se pusiera
así? —permanecí en silencio.
—
¿No vas a responder? Pues déjame decirte
hijo de la gran puta que Timothy se acaba de suicidar, se cortó su lengua a
mordidas y se asfixió con ella. Me quedé helado, no era posible, pasaron solo
unos minutos desde que salí de allí, o eso creía, a decir verdad no estaba
completamente seguro de cuánto tiempo había pasado.
—Sigues
sin decir nada, estás en problemas — dijo Albert. —Necesito verte, ahora mismo,
ven a verme a las fuentes donde descansábamos antes —le dije.
Albert
se quedó callado, pero al no ver otra opción aceptó acompañarme. Cuando éramos
jóvenes, y él era un simple oficial de policía, y yo un aprendiz de detective,
salíamos a la hora de comer a esas fuentes, era un área verde poco conocida,
algo maltratada y con el paso de los años finalmente abandonada. Pero allí
estábamos como si nada hubiera pasado, sin embargo éramos consientes que si pasaba
algo y muy grave.
—
¿De qué quieres hablar? —preguntó Albert. De mi abrigo saqué la bitácora y se
la mostré, su cara fue de enojo más no de sorpresa, no era la primera vez que
me quedaba con una pista que el departamento de policía pasó por alto.
—Necesito saber si encontraron algo más. La libreta
habla de una corona ¿Dónde está? Albert no hizo ni un gesto, cerró la libreta y
me la entregó como si no hubiera tenido importancia.
—Hoffman,
todo esto es una estupidez, en la policía hemos dado el caso por cerrado,
coincidimos en que es una tontería, el profesor lo más seguro es que esté fuera
de la ciudad. —Pero su esposa testifico. —Ya no es su esposa, ese día se separó
de él, ella no sabía si de hecho estaba en la casa a esa hora.
—Albert,
lo que me estás diciendo es una pendejada, ¿te das cuenta lo que dices? Por dios, hay un desaparecido… y un muerto,
definitivamente algo ocurrió esa noche y tengo que descubrir que fue.
—Vas
a dejar este caso cabrón y jamás mencionaras nada acerca de lo ocurrido me
entiendes, y si te veo metiéndote en donde no te importa te llevaré preso, sin
importar cuanto cariño te tenga Hoffman. Guardé la bitácora nuevamente y sin decir
palabra alguna di media vuelta y me fui. Albert ya me conocía por eso no actué
de inmediato, esperé dos noches y entré a escondidas al edificio de la policía.
La ventaja de vivir en una ciudad pequeña es que no se necesitas mucha
seguridad, a esa hora el edificio estaba prácticamente vacío, no había cámaras
de seguridad, y lo mejor era que los únicos que quedaban ni siquiera eran
policías. Me escabullí hasta el cuarto
de archivos, allí, basado en un dibujo que estaba en la libreta busque “la
corona”. Saqué el expediente de la noche de la desaparición o posible asesinato
del Dr. Herbert y justo al lado de este estaba una bolsa plástica que contenía
un artefacto metálico. Era un simple aro de metal. Lo guardé en mi abrigo y salí de ese lugar. No
podía ir a mi departamento porque no estaba seguro cuanto tiempo iba a tomarme
investigar acerca de la corona, decidí alojarme en un motel a las afueras de la
ciudad, una vez dentro y sin que nadie me molestará saqué la corona y la dejé sobre
la cama. Comencé a hojear página tras página hasta que encontré con algo que parecía
ser las instrucciones. “Una vez que la
oscuridad cubra todo el lugar, la corona deberá ponerse sobre la cabeza del
voluntario quien caerá en un trance inducido por la misma, por ningún motivo
deben permitir la luz aparezca o él se dará cuenta” Todo esto era una
estupidez, no sabía por qué lo hacía, jamás creí en los cuentos de hadas ni
mucho menos en lo paranormal, pero esto me estaba carcomiendo la mente. Tenía
que descubrir si era verdad lo que aquellos locos afirmaban, así que apagué
todas las luces, desconecte los aparatos eléctricos y me aseguré que no entrara
ninguna luz como decía la bitácora. Solo existía algo que me incomodaba un
poco, “él” ¿Quién era él? — El hombre con llagas y pus — me dije.
Me
recosté sobre la cama y cerré los ojos, me puse la corona en la cabeza. Al
principio nada, pero de pronto me dio mucho sueño, sentí como si estuviera en
una licuadora o un retrete, a mi mente solo venia la frase “La corona sirve para cruzar la brecha y una
vez dentro del velo estarás en una vitrina invisible” una y otra vez, hasta que recordé lo que Timothy me dijo días
antes “el hombre con llagas y pus te verá
no serás invisible” de pronto desperté.
Moví mis ojos de lado a lado, solo oscuridad, reí un poco, sabía que era una
tontería, intenté quitarme la corona, me quedé helado, no estaba. Me puse de
pie pero la cama también había desaparecido, solo era una oscuridad infinita. A
pesar de todas las dudas que tenía comencé a caminar sin rumbo, con la
esperanza de toparme un muro o algo similar. Caminé sin encontrar nada, me
senté y traté de mantener la calma. “Si lo que Timothy vivió fue esto, no tengo
dudas de cuál fue la razón de su locura” ¿Dónde estoy?
¿Acaso es la brecha? Pensé. Comencé a alterarme y a ponerme muy inquieto,
mi desesperación iba en aumento, no veía ni siquiera mis manos cuando me las
ponía enfrente. Estaba demasiado ocupado pensando en esto que no me di cuenta
que había un sonido, diferente a cualquiera que haya escuchado antes, era como
si algo jadeara mientras se arrastraba, me quedé quieto sin hacer ningún ruido,
algo se acercaba a mí en la oscuridad. A lo lejos pude distinguirlo, una figura
humanoide bañada de luz propia, completamente desnudo, arrastrando sus enormes
brazos, su cabello resguardaba la mayor parte de su rostro, estaba cubierto de llagas
y de las mismas salían gusanos que entraban de una, solo para sumergirse en la
otra, y cada vez que pasaba eso, de sus llagas
brotaba un pus sanguinolento y mal oliente. No me había visto o eso creí, me
quedé quieto luchando con el impulso de salir corriendo, mi razón me decía que
no podía verme pero quizá podía escucharme. Cuando estuvo a escasos dos metros de mí, sentí como mi corazón se detenía y mi
respiración se aceleraba, su olor era repugnante, olía exactamente igual que el
estudio del Dr. Herbert, se quedó quieto, sabía que estaba allí.
—Puedo
sentirte —dijo aquella criatura, con una voz forzada, como si apenas hubiera
aprendido a hablar. No respondí.
—Sé
que estas en la oscuridad, a diferencia de los otros dos que han venido, tú no
has perdido el control
—se
giró sobre sí mismo enrollándose con sus enormes brazos, eran tan delgados que
parecían tentáculos.
Lo
intenté, juro que lo intenté, pero no pude quedarme callado, así que abrí mi boca y pronuncié una oración
esperando lo peor. ¿Quién eres? Aquella bestia jadeó pero no en señal de ataque
sino más bien de burla.
—Soy
el guardián, el cazador, el afligido, el abrumado, el estéril, el único, la
llave y la cerradura que cruza el velo y te lleva al infralar.
Aquel
ser se volteó a mí y con su mano se descubrió el rostro, con su único ojo
amarillento disparó a mí un haz de luz que se estrelló directamente en mi
cabeza, perdí el conocimiento, y mientras era tragado al mundo de los sueños
pude escuchar nuevamente su voz “Ahora
puedo verte” Cuando volví en sí, me quité de la cabeza la corona, sentía
como si hubiera bebido toda la noche y me hubiera levantado con una de las
peores resacas que nunca tuve, — ¿Había sido un sueño? —Me pregunté, encendí la
luz del cuarto de baño. Comencé a lavarme la cara y ver mi reflejo, solo el
sonido del agua y el del salpicadero que tenía, me lavé tres veces el rostro, quise
hacerlo una cuarta vez pero me quedé quieto, junto con el agua estaba otro
sonido, cerré el grifo con la esperanza de que cesara, comencé a helarme porque
era el mismo sonido que escuché en la oscuridad. En el reflejo del espejo noté
que debajo de la sombra que hacia el retrete estaba saliendo algo poco a poco,
era uno de los gusanos que aquella figura humanoide llevaba consigo, de pronto
dentro de mi cabeza escuché “te encontré”
uno de aquellos gusanos saltó hacia mí, me incliné hacia atrás y por fortuna
pude esquivarlo, creí que se estrellaría contra el espejo pero de alguna manera
logró atravesarlo sin siquiera dejar alguna marca y la superficie. Sin perder
el tiempo a detenerme a revisar si todo esto había sido producto de mi
imaginación salí del cuarto de baño y hui del lugar dejando todas mis
pertenencias dentro de la habitación con excepción de mi abrigo. Busqué ir
hacia mi vehículo pero conforme iba avanzando veía en las sombras a los gusanos
salir y entrar a voluntad, me metí al auto y con una mano temblorosa logré
ponerlo en marcha, de pronto recordé lo que leí en la libreta días atrás, “En la oscuridad él no puede verte” y pensé
porqué Timothy estaba debajo de la cama, porque cuando Albert llegó a la escena
del crimen estaba completamente oscura, y porque la bitácora exigía que no
hubiera ningún tipo de luz.
Aceleré
sin mirar atrás y pisé el acelerador a fondo, conduje con las luces apagadas
rogando a dios que ningún vehículo se cruzara por mi camino y me alumbrara.
Cuando me calmé un poco sentí que la suerte estaba de mi lado, el cielo estaba
cerrado, y no había nada que pudiera crear tan solo una sombra. No escuchaba
ningún ruido que me advirtiera de la presencia de aquellas criaturas, y aquel
hombre no había vuelta a meterse en mi cabeza, acaso ¿había logrado escapar? O
tan solo se burlaba de mí. Mi mente era un mar de ideas ilógicas y
razonamientos sin sentidos, comencé a llorar y a cuestionarme si en verdad
pasaba lo que estaba pasando, apreté fuertemente el volante y grité al viento
maldiciendo mi suerte. Sudaba frio y temblaba a pesar del abrigo que llevaba
puesto.
La
calma no duró mucho, porque dentro de mí, aquella voz me decía en apenas un
siseo “te encontraré” una y otra vez, era lo único que escuchaba. Pero no, no
me encontrara, jamás me iba a dejar atrapar. Levanté la vista y divisé el lugar
perfecto para poner fin a esto. Delante de mí a unos cuantos metros estaba el pueblo
minero de Cerrotajo, un lugar abandonado hace décadas por la extinción de su
única mina de carbón.
Aún estaba oscuro pero podía ver por el
rabillo del ojo a los gusanos acercándose, repasé los últimos días desde que
encontré la bitácora, no dejé nada al aire, las imágenes pasaban frente a mi
tan rápidamente como si aquellos días se hubieran resumido en unos segundos,
una vez más grité lo más fuerte que pude y caí de rodillas al suelo envuelto en un mar de lagrimas. Me adentré en una de las muchas casas abandonadas, me senté en un
rincón, saqué la libreta y mi bolígrafo, con dificultad comencé a escribir el
caso más inusual que jamás logré resolver, tenía al culpable, pero desconozco
lo que era esa cosa…esas cosas, nunca sabré si en realidad todo fue parte de
una alucinación o en realidad existió aquel ser, tal vez producto de una demencia que va en aumento
por tantos años de servicio, o quizá la corona fue la causante de un daño
irreversible a mi cerebro. Claro que no, sus gusanos me están buscando,
oliendo, me ven y aquella figura humanoide está burlándose desde algún lugar en
aquella maldita oscuridad, casi puedo verlo, con su único ojo amarillento, pero
no le daré esa satisfacción, no permitiré que sus engendros se den un festín
con mi cuerpo o me lleven o transformen en una criatura como él, prefiero ir a
mi propio infierno, confió en que dios me perdonara, solo necesito una bala de
mi pistola, una bala en mi cabeza, solo una, para que todo termine y de esa
manera poder aliviar mi locura.
KING FERIA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario