Solía
disfrutar de mi trabajo… no era el mejor pagado, ni el más común, pero solía
disfrutarlo. A veces ganarse un pedazo
de pan aquí en el Infralar es más difícil que volver a nacer, ya que
desgraciadamente vivimos en un universo desdichado. Yo soy el sepulturero de los campos de
agonía. Aquí donde vienen a parar las almas de todas aquellas bestias que
murieron por una causa complicada y están pagando sus penas en este plano.
Todas las noches bajo el cielo color violeta y las dos lunas del crisol
comienzo a recorrer cada uno de los desolados páramos que los campos me
ofrecen. Hay un total de doce, y cada noche debo recorrer tres de ellos
asegurándome que ningún no-muerto se
escape de su maldita tumba. Solo debo llevar mi pala y sujetar mi lámpara con
el tercer brazo que está en mi espalda. Mi cuerpo es obeso y negruzco, lleno de
llagas, cicatrices y verrugas. Mis uñas son largas, por eso no uso zapatos, y
mi cara… bueno mi cara, prefiero cubrirla con el rostro de un infeliz que trató
de escapar.
Todas
las noches camino sin rumbo escuchando los quejidos y lamentos de los
torturados que están en el primer campo, o como lo hemos nombrado “las tumbas
de los que no se arrepienten”. Hay montículos de tierra muerta que se contraen
hacia adentro y hacia afuera, como si fuera un pulmón, o un estómago. Mi deber
es impedirlo: clavo mi pala lo más profundo que pueda y cuando escuche un
lloriqueo es señal que el pútrido se ha calmado. Debo hacerlo con cada tumba
que vea movimiento.
El
segundo campo que debo recorrer esta noche es el de “los pecadores de
cabeza” almas torturadas condenadas a
colgar de ganchos clavadas en su piel, sumergidos en el lago de la desdicha,
sin poder ahogarse, sin poder salir, sufriendo cada vez más. Mi deber en este
lugar es despertar a los que se encuentran dormidos de tanto dolor. Tiro de la
enorme cadena que los sujeta y los saco del agua uno por uno. Tomo mi pala y
pico la costilla del pútrido que saqué. Cómo me da gracia ver que se retuercen,
y cuando ven mi cara, intentan gritar pero no pueden, ya que su boca esta
cocida con hilo de tripa.
Por
último, debo ir a la cripta de los criminales. Es el recorrido más largo de
todos los campos, lleno de estructuras de roca sólida y cristales brillantes.
Hay tantas que a veces hay una sobre otra.
Es raro este lugar. Llevo más de un siglo recorriéndolo y no encuentro
aun solo pútrido que intente salir de los ataúdes que hay dentro de las
criptas, es aburrido por que debo recorrerlo todo. Observando, analizando que
no haya nada extraño… esta parte es la que más odio, es una de las razones por la que no disfruto
mi tra… escuché algo.
Viene
de una de las criptas, ¿Qué es? Parece un llanto. No es sufrimiento, no es
terror, tampoco es miedo, es un llanto de confusión. Me acerco al sonido, procuro
no pisar el campo santo, así que no me alejo del sendero, pero llego a un punto
donde es inevitable. Deberé disculparme con mi señor por este pecado más tarde.
Recorro unos diez monolitos y llego a una cripta muy peculiar. No parece que
haya nada interesante por fuera. Está hecha de roca y cristal, de un tamaño
ciclópeo. No puedo ver en su interior, pero estoy seguro que lo que sea que
produzca ese sonido se encuentra allí dentro. Me acerco al cristal y agudizo mi
vista. Al fondo logro distinguir una hebra de color dorado, produce una luz que
no es igual a ninguna que haya visto aquí.
—
¿Qué es lo que está allí adentro?, regresa pútrido al agujero de donde saliste
antes que decida entrar por ti.
No
escucho respuesta, pero de pronto el llanto cesó, la pequeña luz dorada desapareció,
y una silueta muy pequeña se acercó hacia el cristal que separaba los campos de
Infralar con el interior de la cripta… parecía ser, era algo que jamás había
visto.
—
Tengo miedo — me dijo ese extraño ser.
La
luz pudo al fin aclarar la figura que emergió del fondo del lugar y dibujo
frente a mí una alimaña desconocida. No era un pútrido… los pútridos son masas
de carne con pies, sin rostro, sin brazos, con una sola boca que les sirve para
llorar todo el día y morderse la lengua. Pero esta cosa es diferente, tiene dos
brazos, dos pies, una cabeza y es pequeño.
—
¿Qué clase de pútrido eres? —pregunté con una voz grave y profunda.
La
criatura se espantó y volvió a meterse en la oscuridad. Lloró de nuevo. Quería
entrar por él y tomarlo del cuello para callarlo pero era imposible, no se me
permitía abrir la cripta más que en extrema necesidad.
—
Deja de lamentarte extraña bestia y acepta tu sufrimiento, sal y regresa al
agujero de donde saliste — Volví a gritar.
—
No soy una bestia, soy un niño — Me contestó aquel extraño ser.
—
¿Un niño? ¿Qué es un niño? Pregunto yo.
Nuevamente,
desconfiado, asustado, pero intrigado, se acercó a mí.
—
Yo soy un niño y tengo miedo, no sé dónde estoy — lloró de nuevo tallándose los
ojos.
No
sé qué hacer. No puedo dejarlo adentro, va en contra de las reglas, tampoco
puedo enterrarlo en alguno de los campos, el libro de Infralar no menciona nada
cerca de… “niños”, solo se me ocurre una cosa. Debo llevarlo con el gran ente.
Él sabrá qué hacer.
—Sal
de ahí Niño, te llevaré a ver al gran ente, el responderá nuestras preguntas.
—No
quiero salir, estás muy feo —respondió.
¿Feo?
¿Qué era ser feo? No comprendo nada de lo que dice… ¿acaso se refiere a mi
apariencia?
—Niño,
no comprendo lo que me estás diciendo, ven y te sacaré de aquí.
Con
más curiosidad que cualquier otra cosa el niño abrió la puerta de cristal. Sus
ropas son de color blanco, con rayas azules, estaba limpio y descalzo al igual
que yo, es lo único que tenemos en común. Mi ropa eran unos trapos sucios y mi
cabello cubría la máscara de piel que llevaba puesta.
—
¿A dónde vamos? —preguntó.
—Iremos
a ver al amo y señor de los campos, al ser supremo de todo Infralar, al que
decide quién se queda y quien se va, quien regresa y quien no regresa, quien
vive y quien mure… iremos con el gran Ente. —respondí orgulloso de mis
palabras.
No
dijo nada, se limpió su fosa nasal y asintió. ¿De dónde viene? Y a ¿Dónde va?,
solo en gran Ente puede responder a eso, es mi deber pronunciar las palabras y
romper el sello de invocación.
—Azraeth, noctrch, du. —pronuncié
mientras tomaba de la mano al niño.
Debajo
de nuestros pies se dibujó un círculo como el color del cielo. El niño intentó
soltarse y comenzó a llorar de nuevo, no se escapara. Lo tengo bien agarrado.
Comienza el descenso a la torre invertida. Se siente como todos tus huesos se
machacan y te vuelves una plasta de carne, no pasa nada, es normal. Es parte
del hechizo. Nosotros no le tememos a la muerte ni al dolor, este niño no sé lo
que le pasara. Pero juro por el crisol que si no deja de llorar lo voy a matar
aquí mismo.
—
¡Quiero irme a casa! —aulló el niño.
De
pronto la realidad volvió a la normalidad, nos encontrábamos en la torre
invertida, una gran columna debajo de los campos, puedes ver las almas en pena
danzando alrededor de la torre por las enormes ventanas que tiene. Allí justo
al frente está el ataúd del gran ente.
—Señor
de Infralar, le ruego que resuelva mi duda, no entiendo que es esta cosa y no
sé qué debería de hacer con él.
El
suelo comenzó a temblar y las cadenas rechinaron, unos aullidos llegaron desde
el fondo del ataúd que se abrió de golpe mostrándonos a mi señor.
—Sepulturero,
¿qué te trae por aquí? ¿Qué son esos
lloriqueos? —preguntó.
El
niño se soltó de mis garras y buscó
escondite en algun lugar de la torre, no hay escapatoria, nadie puede salir de
este lugar si no conoce las palabras. Estaba asustado por la apariencia de mi
señor. Media casi dos metros, delgado, como la rama del árbol más fino, una
capucha hecha de restos de los pútridos cubre su cuerpo y en la cabeza lleva
puesto una corona de huesos, ocultando sus ojos y nariz, solo dejando sus
fauces al descubierto.
—
¡Tengo miedo, quiero irme a casa! — aulló nuevamente el niño.
Mi
señor lo miró con un aire curioso y sombrío. Se deslizó entre las sombras y
apareció a sus espaldas sujetándolo por los hombros.
—Quieto,
no tengas miedo —ordenó mi señor.
El
niño se calmó enseguida, está bajo el control del gran ente. Le extendió la mano
y caminaron recorriendo la sala hasta que llegaron a los escalones del pozo del
saber.
—Ven
sepulturero acompáñanos — me dijo mi amo.
Caminé
a su lado. El poso tiene forma de copa, hecho de huesos y madera. Una espiral
con un líquido verdusco y espeso.
—Miren
dentro del pozo — ordenó.
Bajé
la mirada, no vi nada, solo ese líquido verde. El niño hacia muecas, se
quebraba, mi señor sonreía.
—
¿Qué pasa? —pregunté
—Es
verdad sepulturero, tú no puedes ver lo que nosotros vemos, tú no tienes alma.
Ven acércate.
Obedecí
a mi amo, puso su mano en mi cabeza. De repente comencé a ser invadido por
imágenes extrañas. Dos sujetos observándome, sonriendo, ¿Por qué alguien
quisiera sonreírme?, de repente una luz y sombras. Abrí los ojos, estoy en Infralar,
en la cripta, el cielo es de color violeta y en lo alto están las lunas del
crisol. Sacudo la cabeza y comienzo a llorar. Me arrincono en las sombras y
escucho una voz… ¿el sepulturero? Soy yo, ¿pero qué hago allí si estoy aquí? A
caso, ¿soy el niño? Una luz nuevamente. Di dos pasos hacia atrás, agité la
cabeza y mi mascara cayó al suelo descubriendo mi rostro. El niño salió de su
trance al verme y comenzó a llorar.
—No
llores niño, no te hará nada, tú no deberías estar aquí —dijo el gran ente.
—Quiero
irme a casa — contestó el niño.
—Sé
que quieres irte, pero es difícil, mejor dicho no es lo mejor, tu espíritu está
atrapado en el Infralar, un lugar alejado de tu plano astral. No puedo decir
cómo llegaste aquí, pero eres afortunado, ya que si te quedas podrás vivir por
siempre entre nosotros, en cambio sí regresas estarás condenado a ser un mortal
y morirás tarde o temprano.
Mi
amo se agachó para quedar a la altura del niño y se retiró su corona de huesos.
Sus cuencas vacías se asomaron y se posaron sobre sus ojos. Una vez más parecía
hipnotizado.
—Ahora
te pregunto ¿deseas quedarte aquí con nosotros y vivir para siempre? O
prefieres volver a tu mundo, con tus padres, aunque sea solo un segundo para
verlos nuevamente.
El
niño escuchaba atentamente la voz de mi amo, creí que una vez más comenzaría a
llorar pero no lo hizo esta vez, se armó de valor y respondió.
—Quiero
regresar con mis padres.
El
gran ente enchueco la cara, hizo una mueca de disgusto y repulsión. Apretó los
hombros del niño y dijo.
—Tus
deseos son órdenes, pero recuerda mis palabras. Tu vida es solo un suspiro,
pudiste quedarte en este plano toda la eternidad y ser uno más de nosotros.
Ahora te condeno a padecer los horrores mortales y a sufrir en lo que ustedes
llaman infierno —mi señor tomó el lazo brillante que estaba detrás de la cabeza
del niño, esa pequeña y delgada línea de luz que había visto dentro de la
cripta se la arrancó de golpe.
El
niño comenzó a desvanecerse y el polvo de lo que fue su cuerpo se sumergió
dentro del pozo del saber. Miré como se
fue y a mi maestro reír.
—Señor
¿Qué ha fue todo eso? —pregunté.
—Nada
sepulturero, un error, un ser que habita en otra dimensión llegó aquí, pero
ahora se ha ido.
—Y
va a estar bien.
—Velo
tú mismo.
Me
acerqué al pozo y miré una vez más, ahora si podía ver algo. El mismo niño en
una cama recostado, Estaban unos seres como él pero más altos en tamaño,
llorando sobre su regazo. Eran los mismos lamentos que escuchaba cuando cumplía
con mi deber. El niño se supone que regresó a su dimensión. No entiendo que
pasa… a menos que mi señor haya tenido razón. Aquel niño solo vivió un suspiro
más.
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