miércoles, 12 de agosto de 2015

Dr Cosmo

Como muchos saben, soy un escritor apasionado y activo, sin embargo con los tiempos me es dificil definir lo que en realidad me gusta: Novelas, cuentos, relatos, historias, tantas cosas de mi preferencia, sin embargo mi estilo y gusto característico es la novela.

Así que aquí les comparto un fragmento de mi primera novela, espero y sea de su agrado.

Doctor Cosmo

El diario de un asesino

¿Quién eres tú para juzgar los actos que he cometido? Lo que ves cómo una crueldad increíble y maldad absoluta, incluso algo de locura, yo lo veo como progreso, redención, descubrimiento… está bien, quizás tengas razón, probablemente matar a 107 personas pueda ser considerado un  acto de demencia total. Pero créeme cuando te digo esto: era necesario.

Tal vez hayas escuchado de mí persona últimamente, ya que los periódicos no paran de hablar de lo que hice. Muchos afirman que nací sin ningún tipo de conciencia y seguramente tengan razón, o a lo largo de mi camino la perdí. Hoy solo veo oscuridad y donde mis ojos  ven muerte un día vieron vida, pero ¿sabes algo?, me aburrí de  ver vida y solo me interesó la muerte y el dolor. Si te preguntas que me llevó a esto, No te preocupes,  te contaré mi historia.
DR.COSMO.


Capítulo 1
Mi verdadero nombre es Erick Esteban Perkins y mí nacimiento no fue nada especial. Mi madre, en  una acalorada noche de verano, se encontraba recostada en su cama  de hospital, esperando pacientemente la hora, para poder dar a luz a su primogénito. El encargado de la  difícil tarea de traerme a este mundo, fue mi propio padre: un honrado y respetable doctor. Cuando nací, él, muy orgulloso me sujetó entre sus brazos y sonrió al verme.
—Es un niño mi amor, ¡y nació muy sano! — Gritó al escucharme llorar. 
—Dámelo Esteban, quiero verlo. — Mi padre me entregó a los brazos de mi madre. Ella me arrulló, tratando de parar mis lloriqueos, y al recostarme en su regazo, me quedé dormido.
El tiempo pasó rápidamente, y aunque fuera tan solo un bebé, tengo algunos recuerdos de mi etapa en pañales. Éramos una familia feliz, una familia normal, vivíamos en una ciudad pequeña de nombre Destello, el lugar ideal para crecer supongo yo. No había edificios gigantescos, ni tampoco grandes multitudes, solo unas cuantas cosas a destacar, las familias felices eran el resultado perfecto de esta ecuación, es por ello que mucha gente tomaba la decisión de crear allí un hogar, apartado del complejo mundo exterior.
Unos meses después, mi madre se embarazó nuevamente. Recuerdo que constantemente me decía que pronto tendría un hermanito o una  hermanita. Habían construido un cuarto especial para el nuevo miembro de la familia. Tenía detalles en azul y rosa. Compraron una cuna que dejaron en el centro de la habitación adornada con un móvil sobre ella. Este, se encontraba girando en el aire con formas de cubos, aviones y otros juguetes que no puedo recordar.
Las semanas pasaron rápidamente y mis padres estaban cada vez más entusiasmados, pero mi padre pasaba mucho tiempo en el hospital, así que constantemente (sobre todo en los últimos meses) la abuela venía a ayudarle a mi madre con los quehaceres de todos los días. Hacía la comida o la limpieza. Por las noches cuando mi padre volvía, después de terminar su jornada, subían al coche y regresaba a la abuela hasta su casa y a la mañana siguiente volvía a ir por ella muy temprano.
Cuando la fecha tan esperada llegó, creo recordar que era alrededor de las diez de la noche o cercano a esa hora, ya que estaban pasando el noticiero nocturno. Me encontraba sentado en la alfombra de la habitación del televisor y mi abuela me vigilaba (o al menos eso parecía). De pronto y sin previo aviso, mi madre, desde el segundo piso gritó fuertemente. Me asusté, o mejor dicho nos asustamos. Mi abuela saltó casi literalmente del sillón reclinable y subió corriendo las escaleras. Yo gateé hasta ellas, quedándome al borde del primer escalón.
Al pasar unos minutos y mientras mordía uno de mis juguetes, apareció mi abuela. Tomaba a mi madre del brazo y la ayudaba a bajar las escaleras. Cuando llegó a la planta baja mi madre sollozaba y se tocaba el vientre. Yo la miraba desorientado y ella, al darse cuenta de que la veía me dijo, “estoy bien bebé, no te preocupes”.
Mi abuela con gran rapidez y destreza (nada natural para una mujer de su edad y complexión) subió una maleta al auto, después me tomó entre sus brazos, me sentó en el asiento trasero sujetándome en mi silla para bebé. Cerró la puerta y la aseguró, ayudó a subir a mi madre y por último se subió ella, dio un vistazo a la calle y puso el auto en marcha. Sacó su teléfono celular y llamó a mi padre para decirle que algo extraño pasaba. Aún no era el tiempo, el bebé se había adelantado.
Íbamos camino al hospital, mi abuela trataba de calmar a mi madre diciéndole que todo iba a estar bien, pero ella parecía no escuchar sus palabras por el dolor que sentía en ese momento. Yo trataba de verla, no resistí, al final giré mi cabeza en otra dirección. Mi vista se perdió en el camino y miraba como las luces de los faros de la calle pasaban velozmente. Cuando por fin llegamos a nuestro destino, mi padre se encontraba acompañado por un grupo del personal médico que nos esperaba en la entrada del hospital con una silla de ruedas. Mi madre salió del auto y sus piernas flaquearon, casi caía al piso. Mi padre y los demás enfermeros lograron ayudarla a sostenerse. Recuerdo muy bien esa escena, al voltear mi cabeza hacia el suelo pude ver una gran mancha de color oscuro. Fue la primera vez que vi la sangre.
Mi padre estaba teniendo una crisis nerviosa, apurando a todas las personas que estaban allí, de pronto sentí unas manos alrededor de mí cuerpo. Era mi abuela, que torpemente intentaba soltarme de mi silla. Le extendí los brazos, abrí y cerré mis manos. Cuando por fin logró desatarme me llevó adentro del hospital. Mi madre se encontraba tumbada en la silla de ruedas. Su cabello negro y lacio esa noche se veía sin vida, como si fuera el presagio de que algo muy malo estuviera a punto de suceder.
Mi abuela no sabía a donde ir, así que nos quedamos en la recepción. No había nadie. Era una sala redonda con unos pasillos al fondo, delimitados por tres puertas automáticas. En el centro estaba la recepcionista, rodeada por un escritorio hecho de madera y pintado de un color oscuro. Esparcidos alrededor, se hallaban unos muebles en donde la gente podía sentarse a esperar, y en las paredes varios televisores encendidos. Mientras tanto, a mi madre la habían conducido por el pasillo central. En ese entonces no sabía leer pero asumo que había entrado a terapia intensiva.
La pobre anciana le temblaban las manos, comenzaba a orar en silencio. De su bolsa sacó un rosario y un libro de oraciones, con la imagen de una paloma de color blanco. Leía en voz baja como si susurrara y cerraba los ojos. Entraba en un trance inducido por ella misma. La mujer de recepción; una joven que no tendría más de veinte años, se acercó a ella y le ofreció una botella de agua. Mi abuela se estremeció un poco porque estaba demasiado concentrada. A pesar del susto aceptó y  bebió.
Las horas pasaban rápido. Era de madrugada. Mi abuela se quedó dormida con el rosario en la mano, yo me encontraba recostado en sus piernas y permanecía sin hacer ruido. Había un silencio profundo y más porque bajaron el sonido de los televisores. Escuché como se abría una puerta automática, y al incorporarme un poco pude ver a mi padre. Su cara no denotaba algo más que no fuera cansancio y frustración. Reí un poco y sacudí mis manos. Eso provocó que la abuela despertara. Casi olvidando que estaba cuidándome, se puso de pie y fue hacia donde él se encontraba. Yo me quedé en el sillón. Con los oídos muy atentos me acerqué al borde tratando de escuchar lo que mi padre tenía que decirle, pero era inútil, no alcanzaba a oír nada. Fue cuando de pronto la sala entera ecualizó un lamento que venía de mí abuela y caminando aprisa fue y se metió por uno de los pasillos. Mi papá se acercó a mí y yo sonreí. Me cargó, me dio un fuerte abrazo y comenzó a llorar.
Era demasiado pequeño para comprenderlo y no pude hacerlo hasta que me llevó al cuarto con mi madre. Estaba en la cama con su bata puesta, agotada, recargada en el respaldo con una mirada perdida y el rostro pálido, como si no estuviera allí. Mi abuela estaba a su lado acariciándole la mano intentando contener las lágrimas. Mi padre me acercó a mamá. Volteó a verme y con ojos cristalinos me dijo:
—Erick… creo que no tendrás una hermanita —. Comenzó a llorar y todos en la habitación junto con ella.

Este fue el primer capítulo de la novela: Doctor Cosmo, el diario de un asesino, la primera parte de una trilogía que promete ser emocionante, enganchante y atrayente. 

Si alguien conoce una editorial o a un agente editorial, les pediré de favor que contacten conmigo, se los agradecería muchisimo.

king Feria



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