jueves, 23 de julio de 2015

La Corona, la brecha y el velo.


Sospecho que la verdadera razón de mi existencia se debe únicamente a la suerte, ya que no puedo dar crédito a lo que mis ojos han visto los últimos días y ponen en duda mi salud mental. Ahora me encuentro en la esquina de una habitación, esperando, a que por fin lleguen. Escribo esto para dejar un testimonio de lo que fue el caso más inusual que jamás llegué a resolver y aun conociendo al culpable, para mí o para cualquier ser viviente es o será imposible atraparlo.
Sábado, a las 2:37 A.M. del mes de mayo respondí el teléfono celular con una voz áspera y hostil. Albert, la única persona que consideraba un amigo dentro de la fuerza policiaca, fue quien interrumpió mi sueño a tan extraña hora. Impulsado por la curiosidad escuché atentamente su historia. Hace unos minutos la policía acudió a la casa del Dr. Herbert, maestro de la universidad de ciencias del nuevo mundo, debido a que, según todas las pruebas encontradas, había sido asesinado. Ni la noticia, ni la voz de Albert, ni siquiera la corriente de aire frio que corría por mi entre pierna hizo que me alterara. Sin embargo, mi buen amigo no me iba a dar más explicaciones hasta que estuviera en la escena del crimen, probablemente sabía en el fondo que al escucharlas me iba a reusar a investigar el caso aun cuando mi trabajo se trataba de eso.  La vida de un detective privado no es nada fácil, a veces, como en esa ocasión, te despiertan a mitad de la noche para salir a lo que quizás haya sido la lluvia torrencial más fuerte de los últimos diez años. Una vez en el camino repasé las pocas palabras que Albert se dignó a compartir “Esto es algo inusual, tú sabes muy bien que si no necesitáramos tu ayuda no te hubiéramos llamado”, trataba de construir una imagen mental de los hechos, pero no podía imaginar algún escenario que haya perturbado tanto a la policía. Al llegar a la residencia del Dr. Herbert, aparqué mi auto en la entrada principal de su enorme mansión estilo victoriano. Albert me estaba esperando en la puerta principal, al abrirla y cruzar al vestíbulo advertí que las luces tenues de la mansión creaban el escenario perfecto para perpetrar un crimen. Estábamos en silencio mientras caminábamos hacia donde  sucedió el altercado, ni siquiera un saludo salió de nuestras fauces, yo estaba demasiado concentrado, observando cada rincón sin encontrar nada extraño a la vista. Albert decidió romper el silencio
—Hoffman, lo que estás apunto de ver es… bueno, extraño — Mi cara era la de una piedra, pregunté si estaba alguien más en la mansión, pero respondió que éramos los únicos, que la policía hizo lo que tuvo o más bien lo que pudo hacer y se fue. Al final de un corredor estaba una puerta color marrón, no era la de una habitación normal ya que era más grande que las otras. Cuando Albert abrió la puerta, llegó a mí un olor nauseabundo, era como estar en un matadero, olores de animales muertos, mierda y sangre. Pensé en fulminar a Albert con la mirada por no advertirme de semejante hediondez pero mi atención fue captada instantáneamente al darme cuenta de los cientos de libros destruidos que cubrían el suelo formando un tapete de hojas y portadas desechas. Las cortinas de la habitación fueron arrancadas y estaban debajo de la única ventana. Los libreros estaban vacíos y los demás artefactos derrumbados pero no destruidos. Era interesante tratar de deducir que pasó allí, no había sangre, ni señales de forcejeo, solo era un sucio estudio. Incluso Llegué a pensar que era una broma. Giré mi cabeza para ver a Albert, pero él, al verme me contestó, cómo prediciendo lo que iba a reprocharle.
 —Todo lo que estás viendo está como lo encontramos, nada fue alterado. — ¿Qué es lo que tienen?, o ¿qué pasó aquí? — pregunté tratando de darme una idea.  Albert me contó los hechos a detalle: El departamento de policía recibió una llamada a la 1:37 A.M. Era la esposa del Dr. Herbert. La mujer reportó un incidente dentro de su propiedad, había escuchado alaridos que venían del estudio de su marido. Intentó abrir la puerta, pero las bisagras estaban muy calientes. Cuando la policía llegó, se dirigieron nuevamente al estudio, Albert fue el primero en adentrarse, embistió la puerta y lo que encontró fue una habitación completamente oscura, solamente alumbrada por los relámpagos que caían en el exterior a causa de la tormenta. Oyeron sollozar a una persona y en la esquina, cubierto con una frazada estaba el ayudante de doctor en un estado catatónico, solo repetía una y otra vez “que el profesor estaba muerto”. No podían hacer que su ayudante confesara lo que había pasado, era el único testigo y principal sospechoso al mismo tiempo. La policía al ver el estado de locura en que se encontraba decidió mandarlo a la única institución mental de la ciudad. Buscaron en las inmediaciones de la propiedad, dentro y fuera de la mansión pero el Dr. Herbert simplemente había desaparecido. Le pedí a Albert que me dejara solo. Comencé por las esquinas de la habitación, buscando algo que no debiera estar allí. Seguí por los libreros vacíos  y el escritorio, todo normal. Estaba empezando a dudar de mi capacidad de deducción cuando de pronto encontré algo bastante interesante. Todos los libros estaban deshojados, con excepción de uno. Se encontraba casi debajo del escritorio, tenía una cubierta de piel color morado, no tenía algo que lo diferenciara de los demás escombros con excepción que conservaba aun todas sus páginas. Al hojearlo, descubrí que era una bitácora perteneciente al Dr. Herbert, escrita con una caligrafía bastante pobre. Dibujos, frases crípticas que no conducían a ningún lado y nombres de cosas que jamás había oído mencionar. En la primera página rezaba “La corona sirve para cruzar la brecha y formar una vitrina invisible dentro del velo”. ¿La brecha? ¿El velo? ¿Qué coño era la brecha y el velo? ¿La corona?, no podía contarle a Albert mi descubrimiento, si le contaba de la bitácora lo más seguro era que la policía la terminara confiscando, es por eso que la guarde en mi abrigo. Al salir de la habitación Albert preguntó si tenía algo, mentí, argumenté que en unas horas iría a visitar al ayudante del Dr. Herbert. Mi amigo no tuvo objeción así que decidió que era todo por esa noche. Volví a casa, abrí el refrigerador y saqué una botella de vino, me serví una copa mientras seguí pasando las páginas. En cada una de ellas estaba algo que no entendía, a veces páginas completas sin sentido. Muchas de ellas mencionaban alguien, o algo más bien “Al hombre con llagas y pus”  ¿Quién era el hombre con llagas y pus? ¿A qué se refería? Por la mañana, antes de que las campanas de la iglesia sonaran indicando la misa de diez, tomé el metro para llegar a la institución mental. Únicamente llevaba conmigo la bitácora, decidí ir por este medio para poder leerla y una vez más me vi abrumado con la ansiedad de querer destrozar la libreta al no comprender ni la mitad de las cosas, no explicaba nada sobre lo que ere la brecha o lo que era el velo claramente, solo algunos párrafos como este podía rescatar  “La corona sirve como la llave para abrir la entrada hacia la brecha que cruza el umbral, como una vitrina invisible y se queda estática en el velo. Solo una vez lo vimos, pero no estamos seguros si él nos pudo ver.” Al llegar a la institución y hablar con la enfermera encargada de recibir a los visitantes, autorizó mi entrada. Albert, previamente comunicó mi presencia por lo que no tuve muchos problemas para entrar. Caminé por unos pasillos detrás de la enfermera, podía escuchar risas y llantos que venían de las habitaciones. Al igual que una cárcel, este lugar estaba divido por bloques y por lo visto en este estaban lo más locos. Cuando estuve frente a la puerta del ayudante del Dr. Herbert, saqué una servilleta donde había escrito su nombre, “Timothy” la enfermera sacó su juego de llaves y me dejó pasar, “treinta minutos” me dijo y se fue. La habitación era de color blanco, poco iluminada, apenas había sombras dentro de ella, solo una cama y una silla. Nadie en la habitación, o por lo menos eso creí en primera instancia, al observar detenidamente me di cuenta que las sabanas de la cama estaban colgando de los bordes de ella. Tomé la silla y la arrastré cerca de allí, me senté y comencé a escuchar unos susurros, alguien estaba debajo.
 — ¡Timothy! —dije en voz alta. — Soy el detective Hoffman, no me importa lo que te haya pasado y no me interesa donde está el Dr. Herbert, si tu no lo mataste dime cualquier cosa que pueda ayudarme a atrapar a este criminal — nunca he sido reconocido por mi tacto con los testigos y mucho menos con los sospechosos, a pesar de que mi objetivo era encontrar al doctor, mi verdadero propósito era atrapar al responsable de su desaparición o posible asesinato.
Escuchaba como Timothy sollozaba allí en su escondite, murmuraba algo detrás de cada lágrima que derramaba. Me puse de pie y acto seguido me arrodillé para pegar mi oreja lo más cerca posible de las sabanas.
—Está muerto, los gusanos se lo comieron, está muerto, los gusanos, esos gusanos que viven y se arrastran en las sombras, aquel hombre, me estaba viendo, nos vio y mandó a los gusanos.
—De nuevo estaba frente a algo más allá de mis conocimientos, frente a la locura misma, sin embargo traté de seguir el juego y pregunté.
— ¿Todo esto tiene que ver con el hombre de llagas y pus que menciona los apuntes del Dr. Herbert?
—El hombre de llagas y pus, el hombre de llagas y pus, el hombre de llagas y pus, el hombre de llagas y pus, el hombre de llagas y pus, el hombre de llagas y pus, el hombre de llagas y pus. Timothy comenzó a perder el control, pateó la cama violentamente. Me puse de pie y busqué alejarme mientras dejaba salir su rabia. La puerta se abrió y entró una enfermera, en ese instante Timothy se detuvo.
—Acércate detective — me dijo con una voz normal, cómo si jamás hubiera sido aquel fenómeno debajo de una cama. Volví a acercarme a su escondite y pegué nuevamente mi oído en la sabana. 
— ¿Qué pasa? — pregunté. — El hombre con llagas y pus te verá, no te pongas la corona, es mentira, no serás invisible como decía el doctor fue un mentiroso, todos murieron, todos los demás están muertos, sus gusanos se los comieron… así como te comerán a ti.
De repente sentí unas manos alrededor de mi cuello, Timothy o lo que parecía ser Timothy me sujetó con tanta fuerza que sentí como si mi tráquea estuviera a punto de quebrarse. Mi reacción no fue espontanea, solamente sujeté sus muñecas delgadas y debajo de las sabanas, en las sombras vi los ojos de un demente apunto de matarme.  Cuando creí que iba a morir la presión que ejercía en mi cuello cesó, alguien me había ayudado, eran dos enfermeros, sujetaron a Timothy y lo sacaron debajo de la cama para ponerle una camisa de fuerza.
—La luz, no puedo estar en la luz, él me va a ver así como yo lo vi. Dios mío, por favor, apaguen la luz o nos va a ver.
—Estaba recuperando el aliento y la enfermera que me estaba auxiliando me ayudó a ponerme de pie, me tomaba del brazo pero la retiré argumentando que podía caminar solo, salí de la institución  y decidí tumbarme en los escalones a la entrada. Estaba mareado y confundido, cerré los ojos, en mis recuerdos no había sido un hombre lo que me atacó sino otra cosa, sentía que me volvía loco pero no podía claudicar por los gajes del oficio y mi propio orgullo. De repente sonó mi teléfono celular, eso me hizo sobresaltar. Al revisar el identificador, me di cuenta que era Albert, era extraño que me hablara a estas horas, lo más seguro es que dentro de la institución mental le hayan comunicado el percance que tuvimos Timothy y yo. Al no ver otra opción contesté:
— ¿Albert? —Hoffman, ¿dónde putas estas? — gritó Albert. Sentí un hervor en la sangre porque no toleraba que alguien me hablara así, pensé en responderle pero antes de poder contestarle siguió hablando.
—Acabo de recibir una llamada de la institución donde estaba nuestro único testigo. Me dijeron que viniste a verlo y converso contigo, pero después de unos minutos tuvo un ataque de ansiedad… Hoffman ¿Qué mierda le dijiste para que se pusiera así? —permanecí en silencio.
— ¿No vas a responder?  Pues déjame decirte hijo de la gran puta que Timothy se acaba de suicidar, se cortó su lengua a mordidas y se asfixió con ella. Me quedé helado, no era posible, pasaron solo unos minutos desde que salí de allí, o eso creía, a decir verdad no estaba completamente seguro de cuánto tiempo había pasado.
—Sigues sin decir nada, estás en problemas — dijo Albert. —Necesito verte, ahora mismo, ven a verme a las fuentes donde descansábamos antes —le dije.
Albert se quedó callado, pero al no ver otra opción aceptó acompañarme. Cuando éramos jóvenes, y él era un simple oficial de policía, y yo un aprendiz de detective, salíamos a la hora de comer a esas fuentes, era un área verde poco conocida, algo maltratada y con el paso de los años finalmente abandonada. Pero allí estábamos como si nada hubiera pasado, sin embargo éramos consientes que si pasaba algo y muy grave.
— ¿De qué quieres hablar? —preguntó Albert. De mi abrigo saqué la bitácora y se la mostré, su cara fue de enojo más no de sorpresa, no era la primera vez que me quedaba con una pista que el departamento de policía pasó por alto.
 —Necesito saber si encontraron algo más. La libreta habla de una corona ¿Dónde está? Albert no hizo ni un gesto, cerró la libreta y me la entregó como si no hubiera tenido importancia.
—Hoffman, todo esto es una estupidez, en la policía hemos dado el caso por cerrado, coincidimos en que es una tontería, el profesor lo más seguro es que esté fuera de la ciudad. —Pero su esposa testifico. —Ya no es su esposa, ese día se separó de él, ella no sabía si de hecho estaba en la casa a esa hora.
—Albert, lo que me estás diciendo es una pendejada, ¿te das cuenta lo que dices?  Por dios, hay un desaparecido… y un muerto, definitivamente algo ocurrió esa noche y tengo que descubrir que fue.
—Vas a dejar este caso cabrón y jamás mencionaras nada acerca de lo ocurrido me entiendes, y si te veo metiéndote en donde no te importa te llevaré preso, sin importar cuanto cariño te tenga Hoffman.  Guardé la bitácora nuevamente y sin decir palabra alguna di media vuelta y me fui. Albert ya me conocía por eso no actué de inmediato, esperé dos noches y entré a escondidas al edificio de la policía. La ventaja de vivir en una ciudad pequeña es que no se necesitas mucha seguridad, a esa hora el edificio estaba prácticamente vacío, no había cámaras de seguridad, y lo mejor era que los únicos que quedaban ni siquiera eran policías.  Me escabullí hasta el cuarto de archivos, allí, basado en un dibujo que estaba en la libreta busque “la corona”. Saqué el expediente de la noche de la desaparición o posible asesinato del Dr. Herbert y justo al lado de este estaba una bolsa plástica que contenía un artefacto metálico. Era un simple aro de metal.  Lo guardé en mi abrigo y salí de ese lugar. No podía ir a mi departamento porque no estaba seguro cuanto tiempo iba a tomarme investigar acerca de la corona, decidí alojarme en un motel a las afueras de la ciudad, una vez dentro y sin que nadie me molestará saqué la corona y la dejé sobre la cama. Comencé a hojear página tras página hasta que encontré con algo que parecía ser las instrucciones. “Una vez que la oscuridad cubra todo el lugar, la corona deberá ponerse sobre la cabeza del voluntario quien caerá en un trance inducido por la misma, por ningún motivo deben permitir la luz aparezca o él se dará cuenta” Todo esto era una estupidez, no sabía por qué lo hacía, jamás creí en los cuentos de hadas ni mucho menos en lo paranormal, pero esto me estaba carcomiendo la mente. Tenía que descubrir si era verdad lo que aquellos locos afirmaban, así que apagué todas las luces, desconecte los aparatos eléctricos y me aseguré que no entrara ninguna luz como decía la bitácora. Solo existía algo que me incomodaba un poco, “él” ¿Quién era él? — El hombre con llagas y pus — me dije.

Me recosté sobre la cama y cerré los ojos, me puse la corona en la cabeza. Al principio nada, pero de pronto me dio mucho sueño, sentí como si estuviera en una licuadora o un retrete, a mi mente solo venia la frase “La corona sirve para cruzar la brecha y una vez dentro del velo estarás en una vitrina invisible”  una y otra vez,  hasta que recordé lo que Timothy me dijo días antes “el hombre con llagas y pus te verá no serás invisible”  de pronto desperté. Moví mis ojos de lado a lado, solo oscuridad, reí un poco, sabía que era una tontería, intenté quitarme la corona, me quedé helado, no estaba. Me puse de pie pero la cama también había desaparecido, solo era una oscuridad infinita. A pesar de todas las dudas que tenía comencé a caminar sin rumbo, con la esperanza de toparme un muro o algo similar. Caminé sin encontrar nada, me senté y traté de mantener la calma. “Si lo que Timothy vivió fue esto, no tengo dudas de cuál fue la razón de su locura”  ¿Dónde estoy?  ¿Acaso es la brecha? Pensé. Comencé a alterarme y a ponerme muy inquieto, mi desesperación iba en aumento, no veía ni siquiera mis manos cuando me las ponía enfrente. Estaba demasiado ocupado pensando en esto que no me di cuenta que había un sonido, diferente a cualquiera que haya escuchado antes, era como si algo jadeara mientras se arrastraba, me quedé quieto sin hacer ningún ruido, algo se acercaba a mí en la oscuridad. A lo lejos pude distinguirlo, una figura humanoide bañada de luz propia, completamente desnudo, arrastrando sus enormes brazos, su cabello resguardaba la mayor parte de su rostro, estaba cubierto de llagas y de las mismas salían gusanos que entraban de una, solo para sumergirse en la otra,  y cada vez que pasaba eso, de sus llagas brotaba un pus sanguinolento y mal oliente. No me había visto o eso creí, me quedé quieto luchando con el impulso de salir corriendo, mi razón me decía que no podía verme pero quizá podía escucharme. Cuando estuvo a escasos dos metros  de mí, sentí como mi corazón se detenía y mi respiración se aceleraba, su olor era repugnante, olía exactamente igual que el estudio del Dr. Herbert, se quedó quieto, sabía que estaba allí.

—Puedo sentirte —dijo aquella criatura, con una voz forzada, como si apenas hubiera aprendido a hablar. No respondí.  
—Sé que estas en la oscuridad, a diferencia de los otros dos que han venido, tú no has perdido el control
—se giró sobre sí mismo enrollándose con sus enormes brazos, eran tan delgados que parecían tentáculos.
Lo intenté, juro que lo intenté, pero no pude quedarme callado, así  que abrí mi boca y pronuncié una oración esperando lo peor. ¿Quién eres? Aquella bestia jadeó pero no en señal de ataque sino más bien de burla.
—Soy el guardián, el cazador, el afligido, el abrumado, el estéril, el único, la llave y la cerradura que cruza el velo y te lleva al infralar.

Aquel ser se volteó a mí y con su mano se descubrió el rostro, con su único ojo amarillento disparó a mí un haz de luz que se estrelló directamente en mi cabeza, perdí el conocimiento, y mientras era tragado al mundo de los sueños pude escuchar nuevamente su voz “Ahora puedo verte” Cuando volví en sí, me quité de la cabeza la corona, sentía como si hubiera bebido toda la noche y me hubiera levantado con una de las peores resacas que nunca tuve, — ¿Había sido un sueño? —Me pregunté, encendí la luz del cuarto de baño. Comencé a lavarme la cara y ver mi reflejo, solo el sonido del agua y el del salpicadero que tenía, me lavé tres veces el rostro, quise hacerlo una cuarta vez pero me quedé quieto, junto con el agua estaba otro sonido, cerré el grifo con la esperanza de que cesara, comencé a helarme porque era el mismo sonido que escuché en la oscuridad. En el reflejo del espejo noté que debajo de la sombra que hacia el retrete estaba saliendo algo poco a poco, era uno de los gusanos que aquella figura humanoide llevaba consigo, de pronto dentro de mi cabeza escuché “te encontré” uno de aquellos gusanos saltó hacia mí, me incliné hacia atrás y por fortuna pude esquivarlo, creí que se estrellaría contra el espejo pero de alguna manera logró atravesarlo sin siquiera dejar alguna marca y la superficie. Sin perder el tiempo a detenerme a revisar si todo esto había sido producto de mi imaginación salí del cuarto de baño y hui del lugar dejando todas mis pertenencias dentro de la habitación con excepción de mi abrigo. Busqué ir hacia mi vehículo pero conforme iba avanzando veía en las sombras a los gusanos salir y entrar a voluntad, me metí al auto y con una mano temblorosa logré ponerlo en marcha, de pronto recordé lo que leí en la libreta días atrás, “En la oscuridad él no puede verte” y pensé porqué Timothy estaba debajo de la cama, porque cuando Albert llegó a la escena del crimen estaba completamente oscura, y porque la bitácora exigía que no hubiera ningún tipo de luz.

Aceleré sin mirar atrás y pisé el acelerador a fondo, conduje con las luces apagadas rogando a dios que ningún vehículo se cruzara por mi camino y me alumbrara. Cuando me calmé un poco sentí que la suerte estaba de mi lado, el cielo estaba cerrado, y no había nada que pudiera crear tan solo una sombra. No escuchaba ningún ruido que me advirtiera de la presencia de aquellas criaturas, y aquel hombre no había vuelta a meterse en mi cabeza, acaso ¿había logrado escapar? O tan solo se burlaba de mí. Mi mente era un mar de ideas ilógicas y razonamientos sin sentidos, comencé a llorar y a cuestionarme si en verdad pasaba lo que estaba pasando, apreté fuertemente el volante y grité al viento maldiciendo mi suerte. Sudaba frio y temblaba a pesar del abrigo que llevaba puesto.
La calma no duró mucho, porque dentro de mí, aquella voz me decía en apenas un siseo “te encontraré” una y otra vez, era lo único que escuchaba. Pero no, no me encontrara, jamás me iba a dejar atrapar. Levanté la vista y divisé el lugar perfecto para poner fin a esto. Delante de mí a unos cuantos metros estaba el pueblo minero de Cerrotajo, un lugar abandonado hace décadas por la extinción de su única mina de carbón.

 Aún estaba oscuro pero podía ver por el rabillo del ojo a los gusanos acercándose, repasé los últimos días desde que encontré la bitácora, no dejé nada al aire, las imágenes pasaban frente a mi tan rápidamente como si aquellos días se hubieran resumido en unos segundos, una vez más grité lo más fuerte que pude y caí de rodillas al suelo envuelto en un mar de lagrimas. Me adentré en una de las muchas casas abandonadas, me senté en un rincón, saqué la libreta y mi bolígrafo, con dificultad comencé a escribir el caso más inusual que jamás logré resolver, tenía al culpable, pero desconozco lo que era esa cosa…esas cosas, nunca sabré si en realidad todo fue parte de una alucinación o en realidad existió aquel ser, tal vez  producto de una demencia que va en aumento por tantos años de servicio, o quizá la corona fue la causante de un daño irreversible a mi cerebro. Claro que no, sus gusanos me están buscando, oliendo, me ven y aquella figura humanoide está burlándose desde algún lugar en aquella maldita oscuridad, casi puedo verlo, con su único ojo amarillento, pero no le daré esa satisfacción, no permitiré que sus engendros se den un festín con mi cuerpo o me lleven o transformen en una criatura como él, prefiero ir a mi propio infierno, confió en que dios me perdonara, solo necesito una bala de mi pistola, una bala en mi cabeza, solo una, para que todo termine y de esa manera poder aliviar mi locura.  
KING FERIA

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